martes, marzo 21, 2006

Hugo Chávez y el núcleo antidemocrático de América Latina. Fernando Mires





En América Latina, lamentablemente, algunos intelectuales todavía no saben distinguir (como ya ocurrió con los intelectuales europeos de los años treinta) entre lo que un gobernante dice que es y lo que es. Ahora bien, en pocos gobernantes se da una diferencia tan grande entre lo que dice que es y lo que objetivamente es, como en el caso del Presidente Chávez de Venezuela.
Así como el Cono Sur se ha constituido un núcleo democrático con hegemonía de izquierda, Chávez y el chavismo, más sus ramificaciones hacia Perú, Bolivia y Colombia (FARC), constituyen una suerte de núcleo antidemocrático que peligrosamente se extiende hacia otras naciones. De ahí que sea muy importante definir el carácter político de Chávez y el chavismo. Para precisar ese carácter hay que definir primero lo que Chávez y el chavismo no son.

Chávez y el chavismo -y esto hay que decirlo muy claro- no son de izquierda.

No se trata por cierto de dictaminar subjetivamente quien es de izquierda o quien no lo es. Sin embargo, cualquier observador que sepa algo de Venezuela, no tardará en advertir que dentro de la oposición a Chávez se encuentran muchísimos intelectuales que en cualquier país "normal" (pienso, por ejemplo, en mi propio país, Chile) serían miembros de la izquierda, o de la centro-izquierda. Tanto por su sensibilidad, cultura y tradición, un Teodoro Petkoff, un Armando Córdoba, un Manuel Caballero, un Heinz Sonntag, un Demetrio Boersner, un Roberto Briceño-León, por nombrar al vuelo sólo a algunos intelectuales venezolanos de renombre internacional, son gente de izquierda que, sin embargo, no pueden practicar una política de izquierda, porque el gobernante y sus seguidores han superpuesto sobre la clásica división izquierda- derecha, la división entre "chavismo" y "antichavismo".

A la vez, y en sentido contrario, basta encender la televisión y escuchar a muchos chavistas y al propio Chávez, para darse cuenta de que muchas de las opiniones que emiten no han de envidiar a las derechas más extremas de todo el mundo (nacionalismo, antioccidentalismo revestido de antiimperialismo, y una infinita agresividad verbal, donde por cierto, no faltan las "típicas" alusiones antisemitas)

Chávez es un gobernante que insulta a casi todo el mundo. Ni siquiera los obispos y cardenales de la Iglesia católica escapan a su desmedida procacidad. A diferencias de Castro, quien posee un excelente uso del idioma, Chávez tiene serias dificultades para articular una frase con otra, y por eso, podría pensarse, suplanta la retórica con el insulto. Sin embargo, hay en su enorme capacidad de injuria, un propósito que obedece -conciente o inconscientemente- a un cálculo muy frío.

Los de Chávez son insultos cuidadosamente programados destinados a crear una zona de hipertensión emocional e impedir así que la política se articule en torno a algo que no sea él mismo. De este modo, él neurotiza la vida política hasta tal punto, que resulta imposible, en medio de tanta injuria - las que sus seguidores de "camisas rojas", multiplican- que los polos que se forman alrededor de su persona puedan encontrar algún medio civilizado de comunicación.

Efectivamente: lo primero que sorprende a un visitante en Venezuela, es que después de siete años de gobierno, Chávez ha conseguido partir al país político en dos pedazos. Esos pedazos no son de izquierda o de derecha. Pues a un lado están quienes aman a Chávez. Al otro lado, los que lo odian. Entre ambos no hay ninguna conexión.

Quienes eran amigos, ya no lo son. Quienes se respetaban, se desacreditan mutuamente. Nadie discute con nadie. Chávez ha conseguido destruir la polémica, condición de la política, e introducir en su lugar dos monólogos paralelos. Él mismo monologa sin limitación de tiempo (hasta siete horas) en su programa semanal, mientras las "camisas rojas" aplauden las vulgaridades más grandes que es posible oír de nadie (ni siquiera en Berlusconi, quien en materia de vulgaridades es vicecampeón mundial)

Si alguien ha leído relatos de los primeros años del fascismo en Italia no se sorprenderá si los encuentra de nuevo en Venezuela. La comunicación política ha sido destruida radicalmente, por el propio gobernante. Y la destrucción de la comunicación política es la primera condición para todo proceso de facistización. Eso es lo que está viviendo Venezuela. "Esto va a terminar muy mal", me dicen muchos venezolanos. "Que Dios no los oiga", les digo yo.

Naturalmente, también hay chavistas inteligentes. Pero cada vez que uno habla de Chávez, dicen -como avergonzados- que lo principal no es Chávez, sino el proceso del cual Chávez es sólo un símbolo. "¿Cuándo habían alcanzado los pobres más representación que durante Chávez? En eso hay que fijarse", dicen. "Chávez es secundario", afirman. Pero, ¿es que se puede hablar del proceso sin Chávez? Chávez está en todas partes, nadie realiza una "misión" (palabra militar-clerical) sin su autorización. Nadie tiene ninguna idea que no sea de Chávez. Él, como él mismo se definió, es el coach del equipo. Eso quiere decir que él decide quién jugará o no. "Ah pero Chávez ha llevado a los pobres a la sociedad", dicen los chavistas inteligentes. ¿A cual sociedad?, se pregunta uno, asombrado

No importa que en Chile, Argentina, Brasil, tengan lugar políticas sociales más importantes y sobre todo más racionales que las que han tenido lugar en Venezuela. Lo decisivo es que Chávez, a diferencia de los gobernantes de esos países, no ha integrado a los pobres a la sociedad, sino al Estado. Sin suprimir la pobreza, Chávez la ha estatizado. Las misiones, entre otras tantas iniciativas populistas, son los cordones umbilicales que atan a los pobres con el Estado. Y el Estado es Chávez. Los pobres son de Chávez; por eso deben seguir siendo pobres. Sí hay, por cierto, algunos chavistas inteligentes. Pero no lo son tanto como para reconocer que Chávez no representa un proyecto de sociedad, como ellos imaginan, sino que, antes que nada y sobre todo, es un proyecto de toma de poder.

Las misiones, los círculos bolivarianos, los comandos de "camisas rojas" son medios para tomar el poder desde abajo. La constitución (a quien él en su estilo llama: "la bicha"), el escudo, la bandera, sobre todo Bolívar, todos los poderes simbólicos de una nación, han pasado a ser propiedad de Chávez quien los modifica o interpreta según su antojo. Chávez intenta tomar el poder desde todos lados. Desde abajo, desde el medio, y por supuesto, por arriba cuando haciéndose aclamar en "foros mundiales" despotrica en nombre de la justicia universal, en contra de su ultimo descubrimiento: el "imperialismo norteamericano".

Pero Chávez no es antiimperialista.
Chávez es, en primera línea, antidemócrata. Por eso ha insultado, de la manera más soez, a diferentes gobernantes y políticos democráticos de América Latina. Lagos, Fox, Toledo, Uribe, Lourdes Torres, entre tantos, han debido sufrir las injurias de Chávez. Nadie ha insultado en su vida a tantas personas decentes como ha hecho Chávez. No obstante, se equivocan aquellos que piensan que Chávez insulta por insultar. Como ha sido dicho, sus insultos, cuidadosamente calculados, forman parte de su estrategia de poder. Mediante el insulto, destruye las posibilidades del diálogo político, tanto hacia el interior como hacia el exterior del país. Y donde no hay política, comienza el terror. La creciente ocupación de la administración pública por personeros militares, es el ejemplo más visual de la corrosión de la política que tiene lugar en Venezuela. Mientras en el pasado los militares latinoamericanos tomaban el poder de golpe, en Venezuela lo toman en "cámara lenta". El segundo paso, será la militarización de la nación, y es desde ese objetivo que hay que entender los llamados del Presidente a defender al país de una invasión norteamericana.

El objetivo de Chávez es, evidentemente, provocar un clima de alta tensión con los EEUU.

Sus injurias a Busch han ido aumentando en cantidad y en volumen. Exasperado tal vez porque el gobierno de EE UU no pisa (todavía) la trampa, ha agredido en los términos más repugnantes que es posible imaginar, a Condolezza Rice, algo que nunca habría hecho un Fidel Castro (dictador, pero educado)

La verdad es que Venezuela no tiene ningún problema real con los EE UU: ni económico, ni territorial, ni de ninguna índole. A diferencias de Castro quien siempre arremete verbalmente en contra de USA sobre la base de problemas concretos, Chávez arremete gratuitamente, con el objetivo más que evidente, de provocar un conflicto internacional. Ahora bien, en una situación de alta tensión internacional, Chávez intentará dividir al país entre "patriotas antiimperialistas", y "esbirros al servicio del imperialismo". De este modo, estar en contra de Chávez significará "traicionar a la patria". Los ataques a EE UU son, evidentemente, una pieza clave en su proyecto de toma total del poder.

Va a ser muy difícil para la oposición democrática de Venezuela terminar con el chavismo.

El régimen no sólo controla el Estado (y el petróleo) sino que se ha infiltrado hacia el interior de la sociedad civil. Los comandos chavistas actúan en las provincias, pueblos y barrios, y la violencia crece "hacia dentro". El chavismo controla, además, los medios de recuento electoral. Y desde el exterior, los Ramonet y los Chomsky (y la izquierda festiva que les sirve de coro) están dispuestos a legitimar cualquiera monstruosidad siempre que sea antinorteamericana.

Es cierto que Chávez llegó al poder como consecuencia de la corrosión de la democracia venezolana, y esa es la deuda histórica que tienen los dos principales partidos con su nación. Pero siete años ya es suficiente castigo. Es cierto también que en abril del 2002, una fracción enloquecida de la oposición, siguiendo el juego a Chávez, se embarcó en una aventura golpista. Gracias a esa aventura, realizada a espaldas de la mayoría de la oposición (justo en el momento cuando Chávez estaba políticamente cercado) Chávez obtuvo como regalo una legitimación democrática que, él menos que nadie, puede ostentar.

Pero poco a poco, la oposición ha ido ordenando sus filas.
Chávez intentará destruirla al crear una línea divisoria "o Venezuela o los EEUU". Si la oposición estará en condiciones de imponer la verdadera línea divisoria que atraviesa a Venezuela, que es la de "chavismo o democracia" (o incluso, "fascismo o democracia") es algo que está por verse. Pero si la oposición triunfa -y un día, más temprano que tarde triunfará- puede que ese no sea un triunfo de "la izquierda". En cualquier caso, será un triunfo de la democracia.

Pero, antes que nada, será, un triunfo de la decencia.
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